
La creación de video acaba de dar un salto: con plataformas como Sora 2.0 y Runway Gen‑3 —modelos de inteligencia artificial cada vez más accesibles— cualquier usuario puede generar clips con calidad de Hollywood a partir de un simple texto o imagen. Este fenómeno se aceleró recientemente cuando un video viral de “un dinosaurio bailando en Times Square” acumuló más de 100 millones de visualizaciones en redes sociales el 19 de octubre de 2025.
El impacto está en todas partes. Las empresas tecnológicas han registrado un crecimiento explosivo en usuarios: se habla de un aumento cercano al 300 % en plataformas que integran generación de video por IA solo en los últimos meses, lo que indica una democratización de la producción audiovisual que antes requería decenas de miles de dólares en equipo y edición.
Las herramientas tienen distintos perfiles: Sora 2.0 se destaca por su realismo fotográfico, física de movimiento avanzada y sincronía entre imagen y sonido, mientras Runway Gen-3 privilegia velocidad, control creativo y accesibilidad para creadores independientes. Ambas pueden transformar prompts —como “una chica caminando por Tokio al atardecer” o “una stormtrooper tocando saxofón en la Luna”— en clips en cuestión de minutos.
El auge creativo viene acompañado por prácticas nuevas en redes sociales: el hashtag #AIVideoGenerator domina plataformas como X y TikTok. Usuarios amateurs, sin entrenamiento técnico, compiten con retos virales como “genera tu escena favorita de película” o “transforma tu sueño en video”, empujando la producción de contenido hacia territorios antes reservados para cineastas profesionales.
Pero no todo es luz y cámara: surgen alertas éticas. Expertos advierten que la accesibilidad de esta tecnología facilita la creación de deepfakes políticos, pornografía no consentida o manipulación de identidad. Las plataformas aún trabajan en medidas de seguridad, como marcas de agua invisibles o metadatos que identifiquen contenido generado por IA, pero los riesgos ya son tangibles.
La industria del cine, la publicidad y los medios ya reaccionan. Algunos estudios independientes ya vendieron cortometrajes enteros generados con IA, mientras productores de Hollywood observan con preocupación la posibilidad de reemplazo de ciertas funciones creativas. Consultoras estiman que para 2026 casi el 40 % del contenido digital podría ser generado total o parcialmente por IA, lo que plantea cambios en empleo, derechos de autor y modelos de negocio.
En el ámbito regulatorio también hay movimiento: la Unión Europea está trabajando en marcos legales que demanden etiquetado obligatorio de contenido generado por IA, y en Estados Unidos se debaten propuestas para sancionar deepfakes no consentidos o campañas de desinformación audiovisual. La tecnología crece rápidamente, pero el marco jurídico aún intenta ponerse al día.
Para creadores y usuarios la recomendación es clara: practicar con responsabilidad. Desde generar vídeos personales para redes hasta explorar narrativas independientes, la IA ofrece una puerta de entrada inmensa. Sin embargo, también exige leer licencias, respetar derechos de imagen y entender que el “generar” no exime de ética ni de consecuencias.
El futuro del video ya está aquí. Lo que antes llevaba semanas de rodaje, edición y efectos ahora se puede lograr en minutos con una computadora y un buen prompt. Pero con esa velocidad emergen preguntas fundamentales: ¿quién controla la realidad audiovisual del mañana? ¿cómo diferenciamos lo generado de lo real? En este nuevo escenario la creatividad no tiene techo, pero la responsabilidad tampoco puede quedarse en pausa.